Lectio Divina
Juan José
Bartolomé, sdb
El texto de este domingo 4º.
Del Tiempo ordinario, ciclo C es continuación del que celebramos el domingo
pasado; nos habla de la primera predicación de Jesús en la sinagoga
de Nazaret, ante sus paisanos, en la reunión semanal de oración.
El Señor se atrevió a
presentarse como quien cumple la Escritura que les ha leído, como quien trae
consigo una oportunidad única de gracia, como quien satisface toda esperanza de
salvación que el Pueblo de Dios alimentó muchos siglos atrás.
La reacción de sus oyentes fue
lógica. Se preguntaron cómo uno de los suyos, uno a quien conocían muy bien, un
hijo del pueblo, a quien conocían como ‘hijo de José’, se atrevía a presentárseles
como el realizador de las promesas de Dios.
Si al menos hiciera entre
ellos uno de esos prodigios que, según se rumoreaba, había hecho en otros
lugares de Galilea, podrían creerle con más fundamento. Sin pruebas, es más que
comprensible que se les fuera difícil aceptar su declaración. Jesús había
convivido entre ellos tanto tiempo, sin haberles mostrado su poder taumatúrgico
ni haberles desvelado su conciencia de ser el Mesías esperado por tantos años.
Sorprendentemente Jesús negó a sus paisanos lo que no había rehusado a los
extraños y no hizo signos que lo acreditaran; esos hechos que conferían credibilidad a sus
palabras. Jesús no hizo milagro alguno entre sus paisanos, porque no creyeron
en sus palabras.
Texto:
21. En aquel
tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple este Escritura que
acaban de oír”.
22. Y todos le expresaban su
aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”
23. Y Jesús
les dijo: “Sin duda me recitarán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Haz
también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
24. Y añadió: “Les garantizo
que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
25. Les garantizo
que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el
cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país;
26. sin
embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta,
en el territorio de Sidón.
27. Y muchos
leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de
ellos fue curado más que Naamán, el sirio”.
28. A oír esto, todos en la
sinagoga se pusieron furiosos,
29. y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo
hasta un barranco del monte, en donde se alzaba su pueblo, con intención de
despeñarlo.
30. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se
alejaba.
I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice
El texto encuentra sentido
pleno si no se olvida su contexto inmediato: apoyándose en la Escritura, Jesús
acaba de proclamarse el realizador de las promesas divinas.
Él no lee la Escritura sólo,
ni sólo la comenta: la cumple. A una objeción ‘lógica’ de sus paisanos,
reacciona Jesús con desmesura.
La perícopa, aunque clara en su estructura, no muestra una línea de
argumentación muy lógica. De la aprobación por lo que dice Jesús se pasa a la
pregunta sobre sus orígenes familiares (Lc 4,22): lo que sobre él saben les
hace dudar de cuanto dice.
La admiración que les causa
sus palabras aumenta su incredulidad. Jesús interpreta la pregunta como una
petición encubierta de milagro, a lo que se niega acudiendo a la experiencia,
sapiencial y profética. No es la primera vez que Dios actúa así con su pueblo:
Elías y Eliseo fueron enviados a quienes menos se lo esperaban y menos los
merecían (Lc 4,24-17).
Sus paisanos pasan de la
admiración por sus palabras al intento de matarlo (Lc 4,29).
Es trágico comprobar que quienes mejor preparados estaban para recibir a Jesús,
perdieron su oportunidad, perdieron a Jesús y se perdieron por creer que le
conocían bien y querer signos que probaran su poder.
En su postura podríamos vernos
retratados, y amonestados todos los cristianos de este siglo XXI. Si
necesitamos pruebas para aceptarle, o si creemos conocerle porque nos resulta
familiar, corremos el riesgo de perderle.
Quien pone condiciones a
Jesús, se sitúa fuera del alcance de sus promesas: no verá lo portentoso que
puede ser quien piense conocerlo.
II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a
la vida
Jesús se presenta ante sus
paisanos como el que realiza las promesas de Dios, y esta postura explica la
reacción que tuvieron ante sus palabras. Apenas pueden creérselo, porque es uno
de ellos. No se niegan, con todo, a aceptarlo. Pero quieren pruebas: quisieran
ver los signos que dice ha realizado ante otros que no le conocían tan bien
como ellos le conocen.
Podemos pensar que tenían razón:
convivió entre ellos más tiempo, sin haberles mostrado su poder para hacer
milagros. No se manifestó como el Mesías de Dios. Recordándoles la misión entre
paganos de dos grandes profetas, Jesús les advierte que pueden perder su
oportunidad de creerle y ver en él la salvación esperada.
Ø
En su postura podríamos vernos
retratados, y amonestados, los cristianos de hoy.
Nos puede parecer extraño el modo de comportarse de Jesús. Exige más a los
conocidos que a los extraños, da menos a los allegados que a los alejados. Pero
por sorprendente que pueda parecernos, aquí se esconde una ley de
comportamiento de Dios con nosotros y la razón - posible - del fracaso de
nuestra vida de fe: como los paisanos de Jesús, los creyentes creemos conocer
demasiado bien a Dios. Y porque nos imaginamos saber de antemano cuánto podría
dar de sí, nos quedamos siempre cortos en nuestras expectativas frente él.
Damos por supuesto lo que podemos esperar de un Dios conocido desde siempre; y
ello nos lleva a no podernos creer lo que Él nos promete.
Nuestro saber sobre Dios nos
lo ha hecho tan conocido, tan a nuestro alcance, tan como nosotros lo pensamos
y lo queremos, que no le dejamos ser lo que Él desearía ser para nosotros. No
le permitimos que haga con nosotros lo que estaría dispuesto a realizar, sólo
porque le prohibimos que nos sorprenda con sus promesas, porque le negamos el
derecho a que nos descubra hoy algo que ayer ni siquiera imaginábamos.
Nuestra vida de fe resulta aburrida y sin aliciente, porque nos hemos habituado
a un Dios que no nos sorprenda ya…, porque creemos conocerle bien. No nos
atrevemos a pensar que Dios colmará nuestras mejores esperanzas, porque nos
hemos ido convenciendo de que no vale la pena tenerlas.
Damos por descontado que, en nuestra vida de fe, mañana será como hoy,
el futuro que nos espera no será muy diferente del pasado que hemos conocido.
No nos damos cuenta de que, por dar a Dios por conocido, podemos estar
perdiendo la ocasión de conocerle de verdad; los paisanos de Jesús perdieron su
oportunidad, porque creyeron conocerle bien.
Ese mismo riesgo estamos
corriendo nosotros cuando nos habituamos a Dios y lo hacemos tan familiar que
no creemos cuanto nos promete, porque no hemos creído en las promesas que nos
ha hecho.
Que no haya sido tan bueno
como esperábamos que fuera y que no haya
hecho lo que le pedíamos nos hace seguir esperando que cumpla lo que queremos
que haga con nosotros y por nosotros.
Como los judíos de Nazaret, nuestro saber sobre Jesús, nuestro saberle
uno de los nuestros, nos impide reconocerle como el Dios que es y quiere ser
entre nosotros. Como ellos, también andamos pidiéndole signos extraordinarios
que hagan más fácil nuestra fe.
Casi nos parece injusto que no haga eso que esperamos… Si lo conocemos
desde la infancia y si lo hemos tenido como nuestro amigo y nuestro familiar
por qué no hace lo que le pedimos… por qué a los que no lo conocían les
responde con prodigios y con nosotros no…
No nos damos cuenta que pedir signos a Dios es dudar de Él; exigir pruebas
para creerle supone no darle fe a cuanto nos dice; esperar de Él sólo, o sobre
todo, cosas extraordinarias implica desconocer que Él es extraordinario
siempre, también cuando no se sale de lo ordinario.
Como los paisanos de Jesús un día, hoy nos podemos estar perdiendo lo
mejor de Dios, un Dios al que creemos conocer bien, sólo porque esperamos de Él
lo que nos parece que es bueno para nosotros, no comprendiendo que Él sí sabe lo que necesitamos y puede dárnoslo.
Pedir signos a Dios es exigirle que se identifique, es obligarle a que
se nos imponga como Dios. Pero es también la mejor manera de perderle: en
Nazaret, donde se le exigieron pruebas, se privaron de la salvación que les
ofrecía.
Y es que a Dios le debemos aceptar por lo que es, por cuanto quiere ser
para nosotros, no por lo que de Él deseamos o por cuanto queremos que haga en
favor nuestro.
Una buena forma para quedarnos sin Dios es querer quedarnos con Él sólo por lo
que nos da, únicamente si nos sirve.
Debemos aceptar a Dios en nuestras vidas, como es Él y como quiera serlo
para nosotros, y no según lo que nosotros esperamos que sea o como deseamos se
comporte con nosotros. Es trágico, y para nosotros hoy una seria advertencia,
que los paisanos de Jesús, quienes más y mejor lo conocían, fueran incapaces de
reconocerlo como su salvador e intentaran, incluso, deshacerse de él; de poco
les servía su paisano, pensarían, que tan poco les servía, negándoles a ellos
esos prodigios que había estado haciendo por todas partes.
La tentación de deshacerse de Jesús surge también en nuestros corazones,
cuando nos parece que sabemos ya todo sobre el Dios en quien creemos y no
tememos que nos sorprenda con nuevas exigencias o con dones nuevos. Esa
tentación aparece en nuestras vidas, cuando nos sentimos relegados por Él. A
menudo nos preguntamos para qué ser fieles un Dios que no nos da prueba, constante y
sonante, de su amor?
III. ORAMOS nuestra vida desde
este texto. Padre Dios, como los paisanos de tu Hijo, , también nosotros muchas
veces intentamos vanamente deshacernos de Ti, porque no cumples nuestros deseos.
Creemos que no nos es útil tenerte fe. Pero olvidamos que lo realmente inútil
es desconocer tu voluntad, buscar por otros caminos nuestra felicidad, y
esperar signos a nuestra medida, cuando Tú siempre te estás haciendo presente
en nuestras vidas.
Concédenos la gracia de aceptarte, de reconocerte, de seguirte, de vivir
en comunión con tu querer. No permitas que te perdamos, que esperando que
actúes como nosotros queremos, no descubramos lo que nos ofreces. Danos la luz
de tu Espíritu. Concédenos creer en Ti, para abrirnos a tu acción. Haz que
sepamos reconocerte, seguirte y hacer que los demás te sigan… ¡Cuánta
responsabilidad tenemos en cuestión de fe para con aquellos que caminan con nosotros! No permitas que nadie se aleje de la
salvación que Tú nos has traído por nuestra incredulidad. Que con Jesús, tu Hijo y Hermano nuestro
sepamos vivir contigo y como Tú quieres que vivamos. ¡Así sea!