jueves, 31 de enero de 2013

Creemos Conocer a Dios





 Lectio Divina
Juan José Bartolomé, sdb

 

El texto de este domingo 4º. Del Tiempo ordinario, ciclo C es continuación del que celebramos el domingo pasado;  nos habla de  la primera predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, ante sus paisanos, en la reunión semanal de oración.

El Señor se atrevió a presentarse como quien cumple la Escritura que les ha leído, como quien trae consigo una oportunidad única de gracia, como quien satisface toda esperanza de salvación que el Pueblo de Dios alimentó muchos siglos atrás.

La reacción de sus oyentes fue lógica. Se preguntaron cómo uno de los suyos, uno a quien conocían muy bien, un hijo del pueblo, a quien conocían como ‘hijo de José’, se atrevía a presentárseles como el realizador de las promesas de Dios.

Si al menos hiciera entre ellos uno de esos prodigios que, según se rumoreaba, había hecho en otros lugares de Galilea, podrían creerle con más fundamento. Sin pruebas, es más que comprensible que se les fuera difícil aceptar su declaración. Jesús había convivido entre ellos tanto tiempo, sin haberles mostrado su poder taumatúrgico ni haberles desvelado su conciencia de ser el Mesías esperado por tantos años. Sorprendentemente Jesús negó a sus paisanos lo que no había rehusado a los extraños y no hizo signos que lo acreditaran;  esos hechos que conferían credibilidad a sus palabras. Jesús no hizo milagro alguno entre sus paisanos, porque no creyeron en sus palabras.

Texto:
21. En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple este Escritura que acaban de oír”.

22. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.  Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”

23. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitarán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.

24. Y añadió: “Les garantizo que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

25. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país;

26. sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.

27. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio”.

28. A oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos,

29. y,  levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte, en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

30. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.


I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice



El texto encuentra sentido pleno si no se olvida su contexto inmediato: apoyándose en la Escritura, Jesús acaba de proclamarse el realizador de las promesas divinas.

Él no lee la Escritura sólo, ni sólo la comenta: la cumple. A una objeción ‘lógica’ de sus paisanos, reacciona Jesús con desmesura.

La perícopa, aunque clara en su estructura, no muestra una línea de argumentación muy lógica. De la aprobación por lo que dice Jesús se pasa a la pregunta sobre sus orígenes familiares (Lc 4,22): lo que sobre él saben les hace dudar de cuanto dice.

La admiración que les causa sus palabras aumenta su incredulidad. Jesús interpreta la pregunta como una petición encubierta de milagro, a lo que se niega acudiendo a la experiencia, sapiencial y profética. No es la primera vez que Dios actúa así con su pueblo: Elías y Eliseo fueron enviados a quienes menos se lo esperaban y menos los merecían (Lc 4,24-17).

Sus paisanos pasan de la admiración por sus palabras al intento de matarlo (Lc 4,29).

Es trágico comprobar que quienes mejor preparados estaban para recibir a Jesús, perdieron su oportunidad, perdieron a Jesús y se perdieron por creer que le conocían bien y querer signos que probaran su poder.

En su postura podríamos vernos retratados, y amonestados todos los cristianos de este siglo XXI. Si necesitamos pruebas para aceptarle, o si creemos conocerle porque nos resulta familiar, corremos el riesgo de perderle.

Quien pone condiciones a Jesús, se sitúa fuera del alcance de sus promesas: no verá lo portentoso que puede ser quien piense conocerlo.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a la vida

Jesús se presenta ante sus paisanos como el que realiza las promesas de Dios, y esta postura explica la reacción que tuvieron ante sus palabras. Apenas pueden creérselo, porque es uno de ellos. No se niegan, con todo, a aceptarlo. Pero quieren pruebas: quisieran ver los signos que dice ha realizado ante otros que no le conocían tan bien como ellos le conocen.

Podemos pensar que tenían razón: convivió entre ellos más tiempo, sin haberles mostrado su poder para hacer milagros. No se manifestó como el Mesías de Dios. Recordándoles la misión entre paganos de dos grandes profetas, Jesús les advierte que pueden perder su oportunidad de creerle y ver en él la salvación esperada.

Ø  En su postura podríamos vernos retratados, y amonestados, los cristianos de hoy.
Nos puede parecer extraño el modo de comportarse de Jesús. Exige más a los conocidos que a los extraños, da menos a los allegados que a los alejados. Pero por sorprendente que pueda parecernos, aquí se esconde una ley de comportamiento de Dios con nosotros y la razón - posible - del fracaso de nuestra vida de fe: como los paisanos de Jesús, los creyentes creemos conocer demasiado bien a Dios. Y porque nos imaginamos saber de antemano cuánto podría dar de sí, nos quedamos siempre cortos en nuestras expectativas frente él. Damos por supuesto lo que podemos esperar de un Dios conocido desde siempre; y ello nos lleva a no podernos creer lo que Él nos promete.

Nuestro saber sobre Dios nos lo ha hecho tan conocido, tan a nuestro alcance, tan como nosotros lo pensamos y lo queremos, que no le dejamos ser lo que Él desearía ser para nosotros. No le permitimos que haga con nosotros lo que estaría dispuesto a realizar, sólo porque le prohibimos que nos sorprenda con sus promesas, porque le negamos el derecho a que nos descubra hoy algo que ayer ni siquiera imaginábamos.
 
Nuestra vida de fe resulta aburrida y sin aliciente, porque nos hemos habituado a un Dios que no nos sorprenda ya…, porque creemos conocerle bien. No nos atrevemos a pensar que Dios colmará nuestras mejores esperanzas, porque nos hemos ido convenciendo de que no vale la pena tenerlas.

Damos por descontado que, en nuestra vida de fe, mañana será como hoy, el futuro que nos espera no será muy diferente del pasado que hemos conocido. No nos damos cuenta de que, por dar a Dios por conocido, podemos estar perdiendo la ocasión de conocerle de verdad; los paisanos de Jesús perdieron su oportunidad, porque creyeron conocerle bien.

Ese mismo riesgo estamos corriendo nosotros cuando nos habituamos a Dios y lo hacemos tan familiar que no creemos cuanto nos promete, porque no hemos creído en las promesas que nos ha hecho.

Que no haya sido tan bueno como esperábamos que fuera y  que no haya hecho lo que le pedíamos nos hace seguir esperando que cumpla lo que queremos que haga con nosotros y por nosotros.

Como los judíos de Nazaret, nuestro saber sobre Jesús, nuestro saberle uno de los nuestros, nos impide reconocerle como el Dios que es y quiere ser entre nosotros. Como ellos, también andamos pidiéndole signos extraordinarios que hagan más fácil nuestra fe.

Casi nos parece injusto que no haga eso que esperamos… Si lo conocemos desde la infancia y si lo hemos tenido como nuestro amigo y nuestro familiar por qué no hace lo que le pedimos… por qué a los que no lo conocían les responde con prodigios y con nosotros no…

No nos damos cuenta que pedir signos a Dios es dudar de Él; exigir pruebas para creerle supone no darle fe a cuanto nos dice; esperar de Él sólo, o sobre todo, cosas extraordinarias implica desconocer que Él es extraordinario siempre, también cuando no se sale de lo ordinario.
 
Como los paisanos de Jesús un día, hoy nos podemos estar perdiendo lo mejor de Dios, un Dios al que creemos conocer bien, sólo porque esperamos de Él lo que nos parece que es bueno para nosotros, no comprendiendo que Él sí  sabe lo que necesitamos y puede dárnoslo.

Pedir signos a Dios es exigirle que se identifique, es obligarle a que se nos imponga como Dios. Pero es también la mejor manera de perderle: en Nazaret, donde se le exigieron pruebas, se privaron de la salvación que les ofrecía.

Y es que a Dios le debemos aceptar por lo que es, por cuanto quiere ser para nosotros, no por lo que de Él deseamos o por cuanto queremos que haga en favor nuestro.
Una buena forma para quedarnos sin Dios es querer quedarnos con Él sólo por lo que nos da, únicamente si nos sirve.

Debemos aceptar a Dios en nuestras vidas, como es Él y como quiera serlo para nosotros, y no según lo que nosotros esperamos que sea o como deseamos se comporte con nosotros. Es trágico, y para nosotros hoy una seria advertencia, que los paisanos de Jesús, quienes más y mejor lo conocían, fueran incapaces de reconocerlo como su salvador e intentaran, incluso, deshacerse de él; de poco les servía su paisano, pensarían, que tan poco les servía, negándoles a ellos esos prodigios que había estado haciendo por todas partes.  

La tentación de deshacerse de Jesús surge también en nuestros corazones, cuando nos parece que sabemos ya todo sobre el Dios en quien creemos y no tememos que nos sorprenda con nuevas exigencias o con dones nuevos. Esa tentación aparece en nuestras vidas, cuando nos sentimos relegados por Él. A menudo nos preguntamos para qué ser fieles  un Dios que no nos da prueba, constante y sonante, de su amor?

 
III. ORAMOS nuestra vida desde este texto. Padre Dios, como los paisanos de tu Hijo, , también nosotros muchas veces intentamos vanamente deshacernos de Ti, porque no cumples nuestros deseos. Creemos que no nos es útil tenerte fe. Pero olvidamos que lo realmente inútil es desconocer tu voluntad, buscar por otros caminos nuestra felicidad, y esperar signos a nuestra medida, cuando Tú siempre te estás haciendo presente en nuestras vidas.

Concédenos la gracia de aceptarte, de reconocerte, de seguirte, de vivir en comunión con tu querer. No permitas que te perdamos, que esperando que actúes como nosotros queremos, no descubramos lo que nos ofreces. Danos la luz de tu Espíritu. Concédenos creer en Ti, para abrirnos a tu acción. Haz que sepamos reconocerte, seguirte y hacer que los demás te sigan… ¡Cuánta responsabilidad tenemos en cuestión de fe para con aquellos que caminan con nosotros!  No permitas que nadie se aleje de la salvación que Tú nos has traído por nuestra incredulidad.  Que con Jesús, tu Hijo y Hermano nuestro sepamos vivir contigo y como Tú quieres que vivamos. ¡Así  sea!

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